En la comunidad primitiva
Durante
esta época hace millones de años, el varón (caza) y la mujer (recolección)
trabajaban de manera colectiva. Sobre una división natural del trabajo basada
en la edad y el sexo, los hombres y las mujeres desenvolvían sus vidas en una
espontánea igualdad y participación de la mujer en las decisiones del grupo
social; más aún, las mujeres estaban rodeadas de respeto y consideración, trato
deferente y hasta privilegiado. Al surgir la revolución neolítica (hace 10,000
años), surge la propiedad privada, los excedentes económicos, las clases
sociales, la religión y el Estado.
En la sociedad esclavista
Múltiples
pueblos esclavistas inventan la falsa teoría de "naturaleza femenina
deficitaria", justificando la explotación y opresión de las mujeres. Por
ejemplo, los judíos alababan a su dios con: "Bendito
sea Dios, nuestro Señor y Señor de todos los mundos, por no haberme hecho
mujer" y el conformismo de las judías que rezaba: "Bendito sea el Señor que me ha creado según su voluntad",
expresan claramente el menosprecio del mundo antiguo por la condición de la
mujer. Estas ideas también predominaron en el esclavismo griego; el famoso
Pitágoras decía: "Hay un principio
bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre y un principio malo que ha
creado el caos, las tinieblas y la mujer"; y hasta el gran filósofo
Aristóteles sentenció: "La hembra es
hembra en virtud de cierta falta de cualidades", y "El carácter de las mujeres padece de
un defecto natural".
Iniciado
el aumento de riquezas que resalta la posición del hombre en la familia e
impulsándose la sustitución del derecho materno por el paterno comienza la
posposición de la mujer y su resquebrajamiento cuyos ecos llegan hasta el mismo
Esquilo, el gran trágico griego, quien en su obra "Las Euménides"
escribiera: "No es la madre quien
engendra eso que se llama su hijo; ella es sólo la nodriza del germen depositado
en su entraña; quien engendra es el padre. La mujer recibe el germen como una
depositaria extraña, y lo conserva si así place a los dioses".
Así
en el esclavismo griego la condición femenina es de sometimiento e inferioridad
social y objeto de menosprecio. De ellas se decía: "El esclavo carece absolutamente de la libertad de deliberar; la
mujer tiene pero de manera débil e ineficaz" (Aristóteles); "La mejor mujer es aquella de la cual
menos hablan los hombres" (Pericles); y la respuesta del marido a su
mujer que indaga sobre los negocios públicos:
"No es cosa tuya. Calla si no quieres que te pegue... Sigue
tejiendo". (Aristofanes, Lysistrata). ¿Qué realidad expresaban estas palabras? Las mujeres en Grecia
estaban en una perpetua minoría de edad: bajo el poder del tutor ya sea el
padre, el marido, el heredero del marido o del Estado, su vida transcurrió bajo
permanente tutela; se le proveía una dote matrimonial para que tuviera de qué
vivir y no padeciera hambre y en algunos casos se le autorizaba el divorcio;
por lo demás estaba reducida al gineceo en la casa y en la sociedad bajo el
control de autoridades especiales. La mujer podía heredar a falta de
descendiente varón directo, en cuyo caso debía casarse con el pariente de más
edad dentro del genes paterno; así no heredaba directamente sino que era una
transmisora de herencia; todo en resguardo de la propiedad familiar.
La
condición de la mujer en Roma, también sociedad esclavista, permite una mejor
comprensión de aquélla como derivada de la propiedad, de la familia y del
Estado. Después del reinado de Tarquino y afirmado el derecho patriarcal, la
propiedad privada y por tanto, la familia (gens) deviene base de la
sociedad: la mujer quedará sujeta al patrimonio y a la familia; quedo
excluida de todo "oficio viril", de la vida pública y es una
"menor civil"; no se le niega directamente la herencia, pero se le
somete a tutoría. Sobre este punto dijo Gayo, el jurista romano: "La tutela ha sido establecida en el
interés de los mismos tutores, a fin de que la mujer de la cual son presuntos
herederos no pueda arrebatarles su herencia por testamento, ni empobrecerla por
medio de enajenaciones o deudas". La raíz patrimonial de la tutela que
sobre la mujer se impone quedó pues claramente expuesta y definida.
Después
de la XII Tablas, el hecho de que la mujer perteneciese a la gens paterna y la
gens conyugal (también por estrictas razones de resguardo de la propiedad),
generó conflictos que fueron la base del avance de la "emancipación
legal" de la romana. Aparece el matrimonio "sine manu": sus
bienes permanecen bajo la dependencia de sus tutores y el esposo sólo tiene
derecho sobre su persona y aún comparte este poder con el "pater
familias" que conserva una autoridad absoluta sobre su hija. Y surge un
tribunal doméstico para resolver las discrepancias que puedan surgir entre
padre y marido; así la mujer puede recurrir ante el padre por sus desavenencias
con el marido y viceversa: "ya no es ella la cosa del individuo".
Sobre
esta base económica (su participación en la herencia aunque tutoriada) y sobre
la contienda entre los derechos de las gens paterna y marital sobre la mujer y
sus bienes se desarrolla una mayor participación de las romanas en su sociedad,
pese a todas las restricciones legales: se sienta en el "atrium", es
el centro de la casa, preside el trabajo de los esclavos, dirige la educación
de los niños y tiene influencia sobre ellos hasta edad bien avanzada; comparte
trabajos y problemas del cónyuge y es considerada copropietaria de sus bienes.
Concurre a fiestas y en la calle se le cede el paso, incluso por cónsules y
lictores. El peso de las romanas en su sociedad se refleja en la figura de
Cornelia, la madre de los Gracos.
Con
el desarrollo social romano, el Estado desplaza la contienda entre las gens,
asumiendo las disputas sobre la mujer, el divorcio, el adulterio, etc., que
pasaron a ventilarse en tribunales públicos aboliendo el tribunal doméstico.
Posteriormente se abolirá, como consecuencia de exigencias económicas y
sociales, la tutela sobre la mujer, bajo la legislación imperial. A la mujer se
le fija una dote propia (un patrimonio particular) que no vuelva a los agnados
(parientes paternos) ni pertenece al marido; así, se le da una base económica
para su independencia y desenvolvimiento. Al final de la República a la madre
se le reconoció derechos sobre sus hijos dándosele la custodia de los mismos
por mala conducta del padre o por ser sometido a tutela.
Bajo
el emperador Marco Aurelio, en el año 178, se da gran paso en el proceso de
propiedad y familia: los hijos son declarados herederos de la madre con
preferencia a los agnados; así la familia se funda sobre el vínculo
consanguíneo y la madre surge como la igual del padre frente a los hijos, los
hijos se reconocen también como hijos de la mujer; y derivado de lo anterior,
la hija hereda igual que sus hermanos varones.
Pero
a la vez que el Estado "emancipa" a la mujer de la familia la somete
a su tutela y restringe su acción. Y simultáneamente al ascenso social de la
mujer, en Roma se inició una campaña antifemenina invocando su inferioridad y
para reducirla legalmente se invocó la "imbecilidad y fragilidad del
sexo".
En
Roma, pues, la mujer tuvo una mejor condición social que en Grecia y adquirió
respeto y hasta gran influencia en la vida social, como se refleja en las
palabras de Caton: "En todas partes los hombres gobiernan a las mujeres, y
nosotros, que gobernamos a todos los hombres, somos gobernados por nuestras
mujeres". La historia romana tiene destacadas mujeres enaltecidas desde
las Sabinas, pasando por Lucrecia y Virginia hasta Cornelia. Las críticas a las
féminas, no en cuanto mujeres sino a las contemporáneas, se desarrolló a fines
del siglo I y en el II de nuestra era; así Juvenal les reprochaba: lujuria,
glotonería, dedicarse a ocupaciones de hombres y apasionarse por la caza y los
deportes.
La
sociedad romana reconoció algunos derechos a las mujeres, especialmente el
derecho de propiedad, pero no les abrió la actividad civil ni mucho menos la
pública, actividades que desarrollaron "ilegalmente" y en forma
restringida; por ello las matronas romanas ("perdidas sus virtudes
antiguas") tendieron a buscar en otros campos el uso de sus energías.
En la sociedad Feudal
En
el hundimiento del esclavismo y el desarrollo de la feudalidad hay que tener en
cuenta la influencia del cristianismo y el aporte germano al considerar la
situación femenina. El cristianismo contribuyó no poco a la opresión de la
mujer; en los padres de la Iglesia hay un definido menosprecio hacia las
mujeres a quienes consideraban inferiores, siervas del hombre y fuentes del
mal. A lo ya dicho basta añadir la condena de San Juan Crisóstomo, santo de la
Iglesia Católica: "No hay ninguna
bestia salvaje tan dañina como la mujer". Bajo esta influencia se
mitiga y luego niega los avances de la legislación romana.
Las
sociedades germanas basadas en la guerra dieron a la mujer situación secundaria
por su menor fortaleza física y fuerza; pero, no obstante era respetada y tenía
derechos que hacían de ella una asociada de su cónyuge. Recuérdese lo que
Tácito escribió al respecto: "en la paz y en la guerra comparte su suerte;
vive con él, y con él muere".
Cristianismo
y germanismo influenciaron la condición de la mujer en la feudalidad. La mujer
se hallaba en situación de dependencia absoluta respecto del padre y del
marido; en tiempos del rey Clovis "el mundium pesa sobre ella durante toda
su vida". Las mujeres desenvuelven su vida totalmente sometidas al señor
feudal aunque protegidas por las leyes "como propiedad del hombre y madre
de hijos"; su valor aumenta con la fecundidad valiendo el triple de un
hombre libre, valor que pierde cuando ya no puede ser madre: la mujer es un
útero reproductor.
En
la feudalidad también se aprecia la evolución de la condición femenina, como en
Roma, en función de la restricción de los derechos de los señores y del aumento
del poder real: el mundium pasa de los señores al rey; el mundium se convierte
en una carga para el tutor, pero se mantiene el sometimiento de la tutelada.
En
los tiempos convulsos de la formación del feudalismo la condición de la mujer
es incierta; no estando claramente deslindados los derechos de soberanía y
propiedad, los públicos y privados, la condición de la mujer es cambiante y
elevada o rebajada, según las contingencias sociales.
Primero
se les niega los derechos privados, pues la mujer no tiene derechos públicos.
Hasta el siglo XI la fuerza y las armas imponen el orden y sustentan
directamente la propiedad: para los juristas feudo "es una tierra que se
tiene con cargo de servicio militar" y la mujer no podía tener derecho
feudal pues no podía defenderla por las armas ni prestar servicio militar.
Cuando los feudos se tornan patrimonio y son hereditarios (de conformidad con
normas germánicas las mujeres también pueden heredar), se admite la sucesión
femenina; pero esto no mejora su condición: la mujer necesita un tutor que haga
valer sus derechos, así el marido es quien lleva el feudo y lo usufructúa. La
mujer es sólo el instrumento a través del cual se transmite el dominio, como en
Grecia.
La
propiedad feudal no es familiar como en Roma, es del soberano, del señor, y la
mujer también pertenece al soberano, él es quien le escoge esposo. Como se ha
escrito "una heredera es una tierra y un castillo: los pretendientes se
disputan esa presa, y la joven a veces sólo tiene 12 años, o menos aún, cuando
su padre o señor la da en regalo a cualquier barón". La mujer necesita de
un señor que la "ampare" y haga valer sus derechos; así una Duquesa
de Borgoña clamaba al rey: "Mi marido acaba de morir, pero ¿de qué sirve
el duelo...? Encontradme un marido que sea poderoso, porque lo necesito mucho
para defender mis tierras". De esta forma el cónyuge tenía gran poder
marital sobre la mujer a la que trataba sin consideración, maltrataba, abofeteaba, etc. y del cual
sólo se requería que "castigue razonablemente", como hoy algunos códigos
exigen en la corrección de los hijos.
La
concepción guerrerista imperante hacía que el caballero medieval prestara más
atención a sus caballos que a su cónyuge y los señores predicaban:
"maldito sea el caballero que va a pedir consejo a una dama cuando debe
participar en un torneo"; a la vez que se apostrofaba a las mujeres:
"Entrad en vuestros apartamentos pintadas y doradas, sentaos en la sombra,
bebed, comed, bordad, teñid la seda, pero no os ocupéis de nuestros asuntos.
Nuestros asuntos consisten en luchar con la espada y el acero.
¡Silencio!". Así menospreciaba y marginaba el mundo medieval de los
señores a sus féminas.
En
el siglo XIII se desarrolló un movimiento de mujeres letradas, el que
desplazándose del Mediodía al Norte las prestigió; el mismo que estuvo ligado
al amor caballeresco y al marianismo intenso de esa época. Pero "si la
cortesía dulcifica la suerte de la mujer, no la modifica profundamente",
como dice S. de Beauvoir en "El segundo sexo" libro donde se encuentra
abundante información sobre la historia de la mujer; datos que son útiles,
claro está, al margen de la concepción existencialista de su autora. Ya que no
son las ideas las que cambian la condición femenina en lo fundamental, sino las
bases económicas que les sirven de sustento. Cuando el feudo pasa de ser
derecho basado en el servicio militar a tornarse obligación económica, se da
una reivindicación de la condición de la mujer, pues ésta es perfectamente
hábil para cumplir una obligación monetaria; así se suprime el derecho señorial
de casar a sus vasallos y se extingue la tutela sobre la mujer.
De
esta forma, soltera o viuda, la mujer tiene los derechos del hombre; si posee
un feudo lo gobierna y cumple sus funciones administrativas y hasta comanda su
defensa participando en los combates. Pero la sociedad feudal, como todas las
basadas en la explotación, requiere del sometimiento femenino en el matrimonio
y sobrevive el poder marital: "el esposo es el tutor de la esposa",
se predica; o como decía Beaumanoir: "Tan pronto como el matrimonio ha
sido consumado, los bienes de uno y otro son comunes por virtud del
matrimonio", justificando el tutelaje marital.
En
la sociedad feudal, como en otras al mando de explotadores, esclavismo, o
capitalismo lo dicho sobre la condición de la mujer ha regido y rige; pero es
necesario destacar que sólo en la condición de las mujeres pobres se nota una
situación diferente y suavizada frente al poder marital; la raíz de esta
situación hay que verla en la participación económica de las mujeres de las
clases populares y en la carencia de grandes bienes.
Estos
planteamientos se acentuaron en los pensadores cristianos con el menosprecio a
la mujer con imputaciones de ser ésta fuente de pecado y antesala del infierno.
Tertuliano clamó: “Mujer eres la puerta
del diablo. Has persuadido a aquél a quien el diablo no se atrevía a atacar de
frente. Por tu culpa tuvo que morir el hijo de Dios; deberías ir siempre
vestida de duelo y de harapos"; y Agustín de Hipona: "La mujer es una bestia que no es firme
ni estable". Mientras aquéllos condenaban otros sentenciaron la
inferioridad y obediencia femeninas; así Pablo de Tarso, el apóstol, predicó: "El hombre no ha sido sacado de la
mujer, sino la mujer del hombre; y el hombre no ha sido creado para la mujer,
sino la mujer para el hombre", y "Así como la iglesia está sometida a Cristo, así sean sumisas en toda
cosa las mujeres a su marido". Y cientos de años después, en el siglo
XIII, Tomás de Aquino prosiguió igual prédica: "El hombre es la cabeza de la mujer, del mismo modo que Cristo es
la cabeza del hombre" y "Es
un hecho que la mujer está destinada a vivir bajo la autoridad del hombre y que
no tiene autoridad por sí misma".
En la sociedad capitalista
La
comprensión de la condición femenina no avanzó mayormente, pues si bien
Condorcet apunta a señalar su raíz social al decir: "Se ha dicho que las mujeres...carecían del sentimiento de
justicia, y que obedecían antes a su sentimiento que a su conciencia ...esa
diferencia ha sido causada por la educación y la existencia social, no por la
naturaleza", y el gran materialista Diderot escribía: "Os compadezco mujeres" y "en todas las costumbres la crueldad de
las leyes civiles se ha unido a la crueldad de la naturaleza en contra de las
mujeres. Han sido tratadas como seres imbéciles"; Rousseau, avanzado
ideólogo de la revolución francesa estampó:
"Toda la educación de las mujeres debe ser relativa a los hombres... La
mujer está hecha para ceder al hombre y soportar sus injusticias".
Esta posición burguesa se proyecta hasta la época del imperialismo
reaccionarizándose cada vez más; la que unida a posiciones cristianas y
reiterando viejas tesis sentencia a través de Juan XXIII: "Dios y la naturaleza dieron a la mujer diversas labores que
perfeccionan y complementan la obra encargada a los hombres".
Así
vemos como a través del tiempo las clases explotadoras han predicado la
"naturaleza femenina deficitaria". Sustentándose en concepciones
idealistas han reiterado la existencia de una "naturaleza femenina"
independiente de las condiciones sociales, ésta no es sino parte de la tesis
anticientífica de la "naturaleza humana"; pero a esta llamada
"naturaleza femenina", esencia eterna e invariable, se le añade el
adjetivo "deficitaria" para indicar que la condición de la mujer y su
opresión y tutelaje es producto de su "natural inferioridad frente al
hombre". Con esta pseudo teoría se ha intentado mantener y
"justificar" el sometimiento de la mujer.
Finalmente,
es conveniente señalar que incluso un notable pensador materialista como
Demócrito tenía prejuicios frente a la mujer ("Mujer ducha en lógica: algo espantable"; "La mujer es mucho más pronta que el
varón para pensar mal"). Y que la defensa de la misma se basaba en
argumentos metafísicos o religiosos (Eva quiere decir vida y Adán tierra;
creada después del hombre, la mujer ha sido mejor terminada que él). Y que
incluso la burguesía, cuando era clase revolucionaria, solo concibió a la mujer
en referencia al hombre, no como un ser independiente.
El
desarrollo del capitalismo va a incorporar a la mujer al trabajo dando bases,
condiciones para que pueda desarrollarse; así con la incorporación al proceso
productivo las mujeres tendrán la posibilidad de unirse más directamente a la
lucha de clases y a la acción combatiente. El capitalismo llevó a las
revoluciones burguesas y en esta fragua las masas femeninas, especialmente
trabajadoras, avanzarán.
La
revolución francesa, la más avanzada de las que la burguesía condujo, fue un
buen caldo de cultivo para la acción femenina. Las mujeres se movilizaron junto
a las masas y participando en los clubes políticos desarrollaron acción
revolucionaria; en estas luchas organizaron una "Sociedad de Mujeres
Republicanas y Revolucionarias" y a través de Olimpia de Gouges, en 1789
piden una "Declaración de Derechos de la mujer" y crean periódicos
como "El impaciente" para reivindicar su condición. En el desarrollo
del proceso revolucionario las mujeres conquistaron la supresión del derecho de
primogenitura y abolición de los privilegios de masculinidad, obtuvieron igual
derecho de sucesión que los varones y consiguieron el divorcio. Su
participación combatiente dio algunos frutos.
Pero
contenido el gran impulso revolucionario a las mujeres se les niega el acceso a
los clubes políticos, se combate su politización y se las recrimina predicando
su vuelta al hogar, se les dice: "¿Desde
cuándo les está permitido a las mujeres abjurar de su sexo y hacerse hombres?
La naturaleza ha dicho a la mujer: Sé mujer. Tus trabajos son el cuidado de la
infancia, los detalles del hogar y las diversas inquietudes de la
maternidad". Más aún, con la reorganización burguesa que inicia
Napoleón, con el Código Civil, la mujer casada vuelve a ser sometida a tutela,
cae bajo el dominio del marido en su persona y en sus bienes; se niega la
indagación de la paternidad; se quita a la casada derechos civiles, como a las
prostitutas; y se les prohíbe el divorcio y el derecho de enajenar sus
propiedades.
En
la revolución francesa ya se puede ver con claridad cómo el avance de las
mujeres y su retroceso están ligados a los avances y los retrocesos del pueblo
y el cambio. Esta es una lección importante: La identidad de intereses del
movimiento femenino y la lucha popular, como aquél es parte de ésta.
Asimismo
esta revolución burguesa muestra cómo las ideas sobre la mujer siguen un
proceso igual al político; frenado y combatido el ascenso revolucionario
surgieron ideas reaccionarias sobre la mujer: Bonald sostuvo "El hombre es a la mujer lo que la
mujer es al niño"; Comte, tenido como "padre de la
sociología", planteó que la femineidad es una suerte de continua infancia
y que esa infanticida biológica se expresa en debilidad intelectual; Balzac
escribió: "El destino de la mujer y
su única gloria es hacer latir el corazón de los hombres. La mujer es una
propiedad que se adquiere por contrato, un bien mueble, porque la posesión vale
un título; en fin, hablando propiamente, la mujer no es más que un anexo del
hombre". Todo este reaccionarismo se sintetizó en las siguientes
palabras de Napoleón: "La naturaleza
quiso que las mujeres fuesen nuestras esclavas... Son nuestra propiedad...; la
mujer no es más que una máquina para producir hijos"; personaje para
quien la vida femenina debía orientarse por "Cocina,
Iglesia, Hijos", lema al que Hitler se adhiriera en este siglo.
La
revolución francesa enarboló sus tres principios de libertad, igualdad y
fraternidad y prometió justicia y reivindicar al pueblo. Bien pronto mostró sus
límites y que sus declaraciones principistas no eran sino declaraciones
formales, a la vez que sus intereses de clase se contraponían a los de las
masas; la miseria, el hambre y la injusticia siguieron reinando, aunque bajo
nuevas formas. Contra este orden de cosas se lanzaron los utópicos con una
crítica demoledora y sagaz aunque, por las condiciones históricas, no pudieran
llegar a la raíz del mal. Los socialistas utópicos también condenaron la
condición de la mujer bajo el capitalismo; Fourier, representante de esta
posición señaló: "El cambio de una
época histórica puede determinarse siempre por la actitud de progreso de la
mujer... el grado de emancipación femenina constituye la pauta natural de la
emancipación general".
Frente
a esta gran afirmación es bueno contraponer el pensamiento del anarquista
Proudhon sobre la mujer, y tener presente sus ideas hoy que se quiere presentar
a los anarquistas como ejemplo de visión y consecuencia revolucionarias y se
les propagandiza a los cuatro vientos. Sostenía Proudhon que la mujer es
inferior al hombre por su fuerza física, intelectual y moralmente, y que en su
conjunto representado numéricamente, la mujer tiene un valor de 8/27 del valor
del hombre. Así para este paladín la mujer representa menos de un tercio del
valor del hombre; esto no es sino expresión del pensamiento pequeño burgués de
su autor, raíz común de todo anarquismo.
A
lo largo del siglo XIX, con su creciente incorporación al proceso productivo,
la mujer siguió desarrollando su lucha en pro de sus reivindicaciones uniéndose
al movimiento sindical y revolucionario de los obreros, un ejemplo de esta
participación fue Luisa Michel, combatiente de la Comuna de París de 1871. Pero
el movimiento femenino en general fue orientado hacia el sufragismo, a la lucha
por obtener el voto para las mujeres, tras la falsa idea de que consiguiendo
votos y posiciones parlamentarias se reivindicarían sus derechos; así se
canalizó la acción feminista hacia el cretinismo parlamentario. Sin embargo, es
bueno recordar que el voto no fue alcanzado gratuitamente sino que en el siglo
pasado y comienzos de este lucharon abierta y decididamente para conseguirlo.
La lucha por el voto femenino y su consecución demuestran una vez más, que si
bien ésta es una conquista no es el medio que permite una transformación
verdadera de la condición de la mujer.
El
siglo XX implica un mayor desarrollo de la acción económica femenina, las
obreras aumentan masivamente, así como las empleadas a quienes se suman fuertes
contingentes de profesionales; las mujeres incursionan en todos los campos de
la actividad. En este proceso tienen gran importancia las guerras mundiales que
incorporan millones de mujeres a la economía en sustitución de los hombres que
son movilizados al frente. Todo esto impulsa la movilización, organización y
politización de las mujeres; y a partir de los años 50 se reinicia con mayor
fuerza la lucha femenina que se amplía en los años 60 con una gran perspectiva
para el futuro.
En conclusión,
el capitalismo mediante la incorporación económica de la mujer sienta bases
para su movilización reivindicativa; pero el capitalismo sólo es capaz de dar
una igualdad jurídica formal a las mujeres, en modo alguno puede emanciparlas;
esto está demostrado por toda la historia de la burguesía, clase que incluso en
su más avanzada revolución, la francesa del siglo XVIII, no pudo avanzar más
allá de una reivindicación formal. Más aún el desarrollo posterior a los
procesos revolucionarios burgueses y el siglo XX demuestran que no solamente la
burguesía no puede dar la emancipación a las masas femeninas sino que con el
desarrollo del imperialismo la Concepción burguesa frente a la condición
femenina se reaccionariza cada vez más y remacha la opresión social, económica,
política e ideológica sobre las mujeres aunque la pinte y camufle de mil
maneras.
Fuente
El Matriarcado del suizo Bachofen.
La Sociedad Primitiva de Morgan.
El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado de Federico Engels.